Alonso Cueto, Palabras de otro lado. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019, 245 pp.
El argumento clave de la novela Palabras de otro lado, del peruano Alonso Cueto, me parece de por sí de culebrón venezolano o colombiano: una madre, antes de morir, le confiesa a su hija que su padre no es su padre de sangre.
Alonso Cueto es un buen narrador, sin duda, solo que no encuentro en esta historia una propuesta estética sólida, algo que indague en la condición humana. Sí hay algunas reflexiones sobre la muerte, el olvido, la memoria, pero el escritor peruano se afinca es en una trama que resulta más que rosa y cliché.
Puede parecer interesante cómo la protagonista, Aurora, indaga y vive la pérdida de sus padres, cómo elucubra y piensa en esa familia que ya no está, cómo invoca a su mamá y a su papá una y otra vez, los siente, los escucha en sueños, los ve incluso en una especie de ilusión jalonada por un amor grande que hubo en esa sólida familia. Puede parecer eso un gancho para muchos lectores, pero si hacemos una revisión más profunda no encontramos nada más allá.
Cueto además, cuando su protagonista decide viajar a España a encontrar su verdadero padre, se convierte casi en un escritor de guía turística. Apenas Aurora decide viajar a Madrid comienza un periplo en el que, a través de la excusa de la búsqueda de su padre, no deja de hablar de los sitios más icónicos de la capital española. Entonces que Aurora visite la Puerta del Sol, plaza Mayor o el parque del Retiro no deja de parecer más que una necesidad de mostrar o promocionar lo típico de Madrid. Pero, claro, es lo típico para el turismo, porque hay muchas otras historias en la Madrid que siente y vive el inmigrante o el español que decide radicarse en ella.
No deja de parecer, de esta forma, una escritura no salida de las entrañas de un proceso creativo genuino, sino más preocupada por reseñar lugares y gastronomía local. Así es incluso cuando la chica peruana viaja a Barcelona: tiene que hablar, obvio, de Gaudí, el Park Güell, las Ramblas, y las plazas icónicas y barrios más relevantes. La pregunta que un lector más exigente le haría a Cueto es: ¿nos interesa repetir la información de una guía turística –que, estoy seguro, contiene mejor información que la novela sobre lo más adecuado para hacer en Barcelona– que explorar tal vez un poco más sobre las mismas ciudades, buscando recovecos, sitios distintos? O, por qué no, que el escritor opte por hablar más sutilmente sobre el espacio geográfico y ahonde más en ese padre de sangre español que logra Aurora finalmente encontrar en Madrid.
Esa tensión que crea Cueto desde el inicio es, sí, un gancho efectivo. Todos nos preguntamos por lo que sucederá una vez encuentre a su padre. No obstante, más de media novela –la que transcurre en España– no deja de ser un intercambio de pareceres y culturas.
La novela, estoy seguro, tiene que ir más allá de decir que Aurora es peruana y qué rico el pisco sour o ven te enseño una artesanía cusqueña, y que los amigos o el padre que conoce en España digan que la invitan a una caña o que le hablen de las fiestas típicas de Valencia y cosas así. Lo que produce todo lo anterior es que uno termine pensando que está leyendo ya no solo una guía turística, sino una cartilla sobre historia de España o Perú, según quien esté hablando.
No estoy diciendo que no deba hablarse sobre las costumbres de un país o una ciudad en la literatura, faltaba más, solo que se agradece que la buena narrativa no se convierta en un folletín promocional de viajes, y en la novela Palabras de otro lado es constante esa sensación, se percibe como un forzamiento, una necesidad loca de mencionar a Montjuic porque sí, porque es lo que todo turista conoce en Barcelona. En una buena novela debe pesar mucho más el argumento, el eje, lo que jalona la historia, que el hecho de que su protagonista esté o no en París, si va al Museo del Louvre o al Prado, o si está en Puerta del Sol. Aunque, claro, el argumento nos devuelve de nuevo al culebrón, tal como anuncié al inicio.