Mario Levrero, París, Debolsillo, 2008, 154 pp.
El París del escritor uruguayo Mario Levrero no es el de los cafetines y la vida bohemia. Es más bien un territorio onírico, donde el narrador recorre calles, pasajes, bulevares y pasillos oscuros y largos buscando no se sabe a ciencia cierta qué, porque ni él mismo lo sabe. Lo único cierto es que llega a la capital francesa en un tren que demoró siglos en llegar. Y va a alojarse a una pensión, que Levrero llama Asilo, en donde hay curas que parecen recepcionistas o recepcionistas con sotanas y gorras.
Luego conocerá a una chica, Angeline, prostituta que el cura del Asilo le permite escoger de un selecto catálogo de chicas no más llegar a la posada. El narrador ya estuvo antes viviendo en París, pero poco o nada recuerda de aquella experiencia. En la pensión conoce a un Juan Abal, que trata de esconderse de algunos sujetos que lo quieren arrestar, pero no sabemos nada más. Angeline vivió antes con Abal en las calles, cuando llevaban una vida de azar y poco dinero.